sábado, 20 de febrero de 2016

Ignacio Arellano,
(Fragmento de Historia de la Literatura española, dirigida por J. Menéndez Peláez, II, León, Everest, 1983)
 
Francisco Quevedo
Prosa satírica moral. El ciclo de las fantasías morales
Sueños y discursos: aspectos de contenido, estructura y estilo.
La serie se abre con el Sueño del Juicio Final, compuesto hacia 1605. La ficción narrativa es la del sueño que acomete al locutor tras haber estado leyendo en el libro del Beato Hipólito sobre el fin del mundo. Planteado el marco, el núcleo de la pieza será la descripción del juicio final, en dos secciones: la llamada al tribunal, con la resurrección de los muertos, y el mismo juicio.
Sobre este esquema se va hilando la sátira de una colección de personajes viciosos que volverán a aparecer en los restantes sueños y discursos, con variadas modulaciones: avarientos, escribanos, lujuriosos, mujeres hermosas y públicas, un médico asesino, el juez corrompido y sobornado, una fila de los bajos oficios (taberneros, sastres, zapateros), etc. En el juicio acompañarán a estos otros personajes históricos, como Herodes, Pilatos, Judas, Mahoma y Lutero, y algunos representantes de la necedad y la locura, como los astrólogos o el caballero alindado.
Entre la fecha del primer sueño y abril de 1608 se escribe el discurso de El alguacil endemoniado. Los estudiosos han señalado el cambio de modelo literario, del somnium al coloquio: el narrador entra en la iglesia de San Pedro (ambientación , costumbrista), donde encuentra al licenciado Calabrés haciendo un exorcismo sobre un alguacil endemoniado. Conjurado el demonio se establece un diálogo entre el locutor y el diablo en el que éste comenta la organización del infierno, los tipos de condenados y vicios: en realidad la intervención del demonio expresa un punto de vista que va de lo burlesco a lo moralizador en su revisión de poetas, enamorados, cornudos, sastres, reyes, mercaderes, jueces y otros ya conocidos en el Juicio. En el aspecto estilístico destacan algunos pasajes como el retrato del licenciado Calabrés que inaugura una serie de caricaturas culminantes en las de la dueña Quintañona, don Diego de Noche o Diego Moreno, del Sueño de la Muerte.
La carta nuncupatoria del Sueño del infierno se fecha en 3 de mayo de 1608, y la terminación en el postrero de abril del mismo año. El narrador, según dice, por especial providencia de Dios y guiado por su ángel custodio (que ya no volverá a aparecer), ve dos sendas que nacen de un mismo lugar, pero que conducen a dos lugares opuestos: la salvación o el infierno. Con el arranque de este motivo del bivium se inicia la descripción del camino de la izquierda, de sus transeúntes y de su destino final: el infierno.
Del catálogo satirizado forman parte de nuevo los servidores de la vanidad, de la locura y la hipocresía, observables desde la perspectiva satírica de las figuras. Un esbozo de agrupación no acaba de sugerir de manera especial ningún tipo de orden estructurante, aunque hay secciones en las que los condenados siguen ciertos criterios de comunidad: en unas pertenecen a los oficios; otras engloban a los que denomina Nolting-Hauff, como los muertos de repente, los despreocupados de y o el atormentado por su propia conciencia; otras listas de cierta extensión son las formadas por los herejes (sacadas de Filastrio) y culminadas por las caricaturas satíricas, diálogos o alegatos mantenidos en torno a Mahoma y Lutero.
Nuevo discurso es El Mundo por de dentro, de 1612 probablemente, fecha de la dedicatoria al duque de Osuna. La apertura es una declaración de escepticismo que glosa la idea del nihil scitur, no se sabe nada, con nuevo despliegue de erudición, que va de Metrodoro Chío a Francisco Sanches, para plantear luego la revelación de la verdad oculta tras las apariencias engañosas. El esquema es ahora una alegoría en la que el narrador, orientado por el Desengaño, que se le presenta en la figura de un viejo (construido también sobre modelos grotescos), observa el desfile de los paseantes en la calle de la Hipocresía, que es la calle mayor del mundo.
El contraste entre el narrador, joven inicialmente desviado hacia los vicios y desórdenes de la vanidad, la ira, la lujuria y la gula (dominado, en suma, por los pecados capitales), y el viejo Desengaño, articula la estructura del relato que se centra en cinco episodios nucleares: sucesivamente se ejerce este contraste de visión sobre un entierro, una viuda, un alguacil que persigue a un delincuente, un hombre rico que pasea su aparente opulencia, una mujer hermosa. En este mundo de hipocresías solo el desengaño y la orientación hacia las verdades fundamentales de la muerte y la brevedad de la vida permiten enfocar de manera correcta la conducta: como advierte el viejo al imprudente narrador:
¿Tú por ventura sabes lo que vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es una hora? ¿Has examinado el valor del tiempo? [...] Dime ¿has visto algunas pisadas de los días? No por cierto, que ellos solo vuelven la cabeza a reírse y burlarse de los que así los dejaron pasar. Sábete que la muerte y ellos están eslabonados y en una cadena, y que cuando más caminan los días que van delante de ti, tiran hacia ti y te acercan a la muerte, que quizá la aguardas y es ya llegada, y según vives, antes será pasada que creída [...] Cuerdo es solo el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir.
La serie termina con el Sueño de la Muerte, que lleva fechada su dedicatoria en el 6 de abril de 1622. El tono desengañado y melancólico aumenta en el tramo inicial, elaborado con citas y glosas de pasajes de Lucrecio y sobre todo Job, que da paso a un nuevo sueño: fatigado el narrador por sus desengañadas melancolías, se queda dormido y sueña una: los personajes de esta comedia son conocidos en su mayoría de las piezas precedentes, y se les añaden personificaciones folklóricas procedentes del refranero o de muletillas lingüísticas: Juan de la Encina, el Rey que rabió, el Rey Perico, Mateo Pico, y luego Chisgaravís o Pero Grullo.
Se ha debatido la mayor o menor unidad de los Sueños como conjunto orgánico. Probablemente la idea de un ciclo es posterior a la redacción del primero, pero está ya perfilada en el tercero. Forman, pues una unidad subrayada por los prólogos y dedicatorias y por la misma ambientación satírica y de fantasía moral y burlesca ultraterrena.
La intención crítica regeneracionista y moralizante ha sido disminuida por algunos estudiosos y puesta de relieve por otros. Creo que en este punto, como en otras muchas ocasiones, una actitud ecléctica está más cerca de la verdad. Es obvio que buena parte de los temas tratados en los Sueños inciden en áreas sumamente serias de intención moralizante; es obvio también que la brillantez estética de su expresividad verbal pone a menudo en un primer plano la dimensión puramente literaria y que para muchos lectores ahí radicará lo más apreciable de su lectura. Pero no creo discutible la percepción de un grupo de temas eminentemente morales, con muy acusados ribetes en algún caso de lo que podríamos calificar de crítica social y política. Así encontramos el ataque directo a la hipocresía sobre todo en el alegato del Desengaño de Mundo; la denuncia de prácticas religiosas rechazables (fastuosidad y apariencia de los funerales, tema este de raigambre erasmista; las plegarias ilícitas, inspirado en Persio y Luciano, pero muy interiorizado por Quevedo; la burla de la honra mundana y vanidades que ignoran la brevedad de la vida y el valor del tiempo; la queja por la falta de justicia, bien manifiesta en la historia de la huida de Astrea (Alguacil), etc. La dimensión política concreta de algunas de estas críticas, perfectamente aplicables a la situación española coetánea, alcanza más precisos límites en la sátira contra validos y poderosos, en los comentarios de política internacional (Génova, Venecia) del episodio de Villena en Muerte, donde también hay muy precisas referencias a la caída de validos corrompidos, como don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, y una explícita esperanza de regeneración de la vida nacional en la subida de Felipe IV al trono, y de Olivares al valimiento.
En los Sueños confluyen una compleja serie de especies satíricas y modelos que aportan diversas convenciones y estructuras. Nolting-Hauff ha glosado con sindéresis los principales de estos modelos:
En los Sueños han entrado elementos del diálogo de muertos, del colloquium humanista, de la comedia (del entremés, pero sobre todo del auto sacramental) y no en último extremo, del sermón y del tratado ascético. Pero el armazón fundamental lo sigue constituyendo la narración de visiones de la tardía Edad Media, con su construcción alineante, a la que el elemento del diálogo le es tan poco extraño como el escénico.
Si para la organización macrotextual Quevedo ha utilizado estos y otros modelos tomados de distintas tradiciones, en el plano de la expresión lingüística, los Sueños responden a la estética de la agudeza, de cuyos recursos ofrecen el repertorio más amplio, complejo y rico que pueda hallarse en toda la literatura áurea: dilogías, antanaclasis, y calambures, como el muy elaborado chiste de los sisones, repetido en Juicio, Infierno, y en el entremés de La venta; hay también retruécanos complicados con polípotes y figuras etimológicas casi hasta el trabalenguas: véase este ejemplo del Mundo por de dentro:
Otros hay que no saben nada y dicen que no saben nada porque piensan que saben algo de verdad, pues lo es que no saben nada, y a estos se les había de castigar la hipocresía con creerles la confesión. Otros hay, y en estos, que son los peores, entro yo, que no saben nada, ni quieren saber nada, ni creen que se sepa nada y dicen de todos que no saben nada y todos dicen dellos lo mismo y nadie miente
Respecto a la metáfora, las más características son las degradatorias, que responden al logro de un efecto ambiguo típicamente grotesco, entre la risa y la repulsión, muchas de ellas animalizadoras, otras cosificadoras, pertenecientes a diversos reinos de la naturaleza, hipérbolicas y sorprendentes. Los ejemplos más significativos se pueden examinar en los retratos caricaturescos de Calabrés, Quintañona, Diego de Noche y otros. Baste tomar como ilustración, otra somera cala en el retrato de una vieja: la dueña Quintañona se nos aparece como un espantajo con una cara hecha de un orejón; los ojos en dos cuévanos de vendimiar; la frente con tantas rayas y de tal color y hechura, que parecía planta de pie; la nariz en conversación con la barbilla, que casi juntándose hacían garra, y una cara de la impresión del grifo; la boca a la sombra de la nariz, de hechura de lamprea, sin diente ni muela, con sus pliegues de bolsa a lo jimio, y apuntándole ya el bozo de las calaveras en un mostacho erizado; la cabeza con temblor de sonajas y la habla danzante.
 
Eslany Indriago, Milimar Lopez y Sergio Pineda

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