jueves, 19 de noviembre de 2015

Felipe II y la Inquisición en la Contarreforma

 La identificación de Felipe II en la Contrarreforma ha sido repetida por la historiografía hasta el tópico. Infinidad de opiniones ratifican la imagen del rey como garante de la Contrarreforma. El propio Felipe II se define a sí mismo numerosas veces como salvaguarda de la fe católica contra las herejías. En 1565 le escribe al arzobispo Pedro Guerrero en los siguientes términos: "Habiéndose tanto extendido y derramado y arraigado las herejías habernos procurado en cuanto ha sido posible, no sólo conservar y sostener en nuestros reinos, Estados y señoríos, la verdadera, pura y perfecta religión y la unión de la Iglesia Católica y la obediencia de la Santa Sede Apostólica".

Los papas glosaron el celo religioso del rey. Sixto V, Gregorio XIII y Clemente VIII le concedieron la condición de protector permanente del catolicismo. Clemente VIII le dedicó una necrológica cargada de elogios de este estilo: "sus obras y palabras convenían muy bien al nombre de católico que tenía y por tantas razones se le debía y que desto postrero toda la cristiandad era testigo". Santa Teresa de Jesús escribió en 1573: "Harto alivio es que tenga Dios nuestro Señor tan gran defensor y ayuda para su Iglesia como Vuestra Majestad es".

Los historiadores españoles, aun tan católicos como los que escriben en la Historia de la Iglesia en España de la Biblioteca de Autores Cristianos se muestran, si cabe, antes españoles que católicos a la hora de glosar a Felipe II. Ricardo García Villoslada es un buen exponente de lo que decimos: "Sus convicciones religiosas eran inquebrantables. En su corazón no había lugar para la duda, por fugaz que fuese. Asistía devotamente a todos los actos de culto, oía misa todos los días y comulgaba con alguna frecuencia; era muy devoto de la eucaristía, devoción tradicional en los Habsburgos, y de la Santísima Virgen; trataba con su confesor los asuntos de conciencia, privados y aun públicos... Escrupuloso cumplidor de sus deberes personales, se creía obligado a procurar también la salvación de las almas de los demás; de ahí su perpetua solicitud por el mantenimiento de la fe cristiana".

El interés de Felipe II por la problemática religiosa fue evidente. Su actitud en el último tramo del concilio de Trento fue de beligerancia respecto a la necesidad de la reforma eclesiástica. Es falsa la supuesta clsula que algunos le han atribuido que impuso al final del concilio ("salvos los derechos reales") como signo indicador de un presunto rechazo a las directrices tridentinas. Todo lo contrario, a través de la mirada del rey, Trento sería inútil por insuficiente su programa reformista. El rey, en este sentido, fue radical a la hora de urgir la residencia de los obispos, la reforma del clero regular y secular, la creación de nuevos seminarios, la promoción de grandes obispos (Antonio Zapata, Bernardo de Rojas, Andrés Pacheco, Juan de Ribera...) la articulación de concilios provinciales... y, naturalmente, la consolidación de la Inquisición.

Los autos de fe de Valladolid y Sevilla de 1559 Y 1560 supusieron la gran caza de luteranos. El proceso a Carranza significará expresivamente que el rey no asume hipotecas personales a la hora de llevar adelante la maquinaria inquisitorial. En 1559, se prohibe a los españoles salir a estudiar en universidades extranjeras, exceptuando Roma, Napóles, Coimbra o el Colegio de San Clemente de Bolonia. La frontera de cristiandad frente a los no cristianos (represión de los moriscos, guerra con los turcos) y la frontera de catolicidad (la estrategia internacional en los frentes de Francia, Países Bajos e Inglaterra, ya en los años de guerra fría, ya en los años de guerra caliente) obsesionaron a Felipe II.

Ahora bien, detrás de la retórica de los grandes pronunciamientos católicos del rey, hay no pocas sombras, testimonio de las peculiaridades del llamado nacionalcatolicismo de Felipe II. En primer lugar, hay que señalar que el catolicismo español de Felipe II se fundamenta no en una originalidad antropológica española, sino en el concepto que se ha denominado absolutismo confesional, el monopolio político de la religión que supone la confusión subditos-fieles, la identificación pecado moral-delito político y salvación-servicio público. El absolutismo confesional implica, por otra parte, el disciplinamiento de que habló la historiografía alemana con sus secuelas de obediencia incondicional, estandarización doctrinal y función pública del hecho religioso, tal y como viene subrayando últimamente Jaime Contreras.

La Contrarreforma fue, ciertamente, en España una operación de reciclaje cultural de una sociedad que -como han demostrado, desde W. Christian a J.-P. Dedieu, pasando por H. Kamenadolecía en el siglo XVI de una servidumbre a viejas creencias paganas, un dominio absoluto de la religión local, una ignorancia de trascendencia muy superior a las disfunciones religiosas que llamamos herejías. La Contrarreforma generó una notable actividad catequética y, desde luego, un flujo de misiones por toda España. El jesuíta Pedro de León escribió que, de 1582 a 1625, había intervenido en, al menos, una misión anual.
Los procesos inquisitoriales testimonian el singular alejamiento de la cultura popular española de las pautas de la religión oficial. La colaboración de inquisidores y confesores en la operación de disciplinamiento pastoral la ha puesto de relieve Prosperi. Creo, por tanto, que la mayor originalidad de la Contrarreforma en España es que la Reforma católica que subyacía en su discurso, más que combatir la herejía protestante, se proyectó hacia la desestructuración de una religiosidad popular que no estaba a la altura de los mensajes de Roma. La campaña contra el luteranismo fue, en la práctica, más una operación de rearme xenófobo en el contexto de una política aislacionista que la defensa de una ortodoxia doctrinal, de la que sólo participaron unas élites sociales e intelectualmente formadas y que jamás estuvo seriamente en peligro.

La religiosidad de Carlos V influyó mucho en Felipe II. En 1539, el emperador le decía: "Encargamos a nuestro hijo que viva en amor y temor de Dios y en observancia de nuestra santa y antigua religión, unión y obediencia a la Iglesia romana y a la Sede Apostólica y sus mandamientos" y, en las instrucciones de 1543, le recomendaba: "tened a Dios delante de vuestros ojos y ofrecedle vuestros trabajos y cuidados, sed devoto y temeroso de ofender a Dios y amable sobre todas las cosas, sed favorecedor y sustentad la fe, favoreced la Santa Inquisición". Unos mandatos que, en 1556, reiteraría en su testamento: "Le ordeno y mando como muy católico príncipe y temeroso de los mandamientos de Dios, tenga muy gran cuidado de las cosas de su honra y servicio; especialmente le encargo que favorezca y haga favorecer al Santo Oficio contra la herética pravedad por las muchas y grandes ofensas de Nuestro "Señor que por ella se quitan y castigan".

La actitud de Felipe II, después de Trento, será la de reforzar no sólo la impermeabilización frente a los protestantes sino la línea de retraimiento y extrañamiento respecto a Roma. Aguantó a Valdés como inquisidor general hasta 1567, contra viento y marea, incluyendo las presiones del ebolismo emergente y se lanzó decididamente a conquistar poder temporal frente al poder eclesiástico. En torno a este objetivo ensayó estrategias distintas. Los informes de los teólogos afines a su postura (con Melchor Cano a la cabeza) buscaban la legitimidad jurídica del poder temporal.

Las tensas relaciones con Pío IV dieron paso al pontificado de Pío V, que mereció al ser elegido el siguiente comentario del rey: "Si éste no es buen Papa, no sé qué se puede esperar de ninguno". pese al optimismo del rey, y al margen del acuerdo temporal que propició la victoria de Lepanto, las relaciones del rey y del Papa tampoco fueron fáciles. La Bula In Coena Domini, que reforzaba la autoridad papal frente a cualquier intento de recorte de la jurisdicción eclesiástica, es quizá el mejor exponente. El traslado del proceso de Carranza a Roma en 1567 fue visto por el rey como una deslegitimación de la propia Inquisición y la constatación de que toda la operación intimidatoria de 1559 quedaba desairada.


El proyecto tecnócrata de Espinosa y su equipo implicó un cierto replanteamiento de la propia mecánica procedimental y represiva de la Inquisición. Tengo la sensación de que en la década de 1560 se procede a un cierto cambio cualitativo de la Inquisición, de la represión a la reprensión, de la Inquisición espectacular de los autos de fe resonantes a una Inquisición más discreta, mediocre y silenciosa, en la que el objeto de atención represiva especial van a ser las proposiciones heréticas, en las que entra un abundante número de afirmaciones vulgares, blasfemas o impertinentes que son, sobre todo, excesos verbales de la vida cotidiana y doméstica. El repaso de las causas de fe pormenorizadas que conocemos de los diversos tribunales así parece atestiguarlo.

Para más información sobre esta publicación consultar a:

http://www.vallenajerilla.com/berceo/garciacarcel/felipeIImartillodeherejes.htm

1 comentario:

  1. Tiene demasiadas referencias a nombres, detalles y hechos no contextualizados en el mismo trabajo, por lo que se hace difícil seguirlo.

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