Ignacio
Arellano,
(Fragmento
de Historia de la Literatura
española, dirigida por J. Menéndez Peláez, II, León, Everest, 1983)
Francisco
Quevedo
Prosa
satírica moral. El ciclo de las fantasías morales
Sueños
y discursos: aspectos de contenido, estructura y estilo.
La
serie se abre con el Sueño del Juicio Final, compuesto hacia 1605. La
ficción narrativa es la del sueño que acomete al locutor tras haber estado
leyendo en el libro del Beato Hipólito sobre el fin del mundo. Planteado el
marco, el núcleo de la pieza será la descripción del juicio final, en dos
secciones: la llamada al tribunal, con la resurrección de los muertos, y el
mismo juicio.
Sobre
este esquema se va hilando la sátira de una colección de personajes viciosos
que volverán a aparecer en los restantes sueños y discursos, con variadas
modulaciones: avarientos, escribanos, lujuriosos, mujeres hermosas y públicas,
un médico asesino, el juez corrompido y sobornado, una fila de los bajos
oficios (taberneros, sastres, zapateros), etc. En el juicio acompañarán a estos
otros personajes históricos, como Herodes, Pilatos, Judas, Mahoma y Lutero, y
algunos representantes de la necedad y la locura, como los astrólogos o el
caballero alindado.
Entre
la fecha del primer sueño y abril de 1608 se escribe el discurso de El
alguacil endemoniado. Los estudiosos han señalado el cambio de modelo
literario, del somnium al coloquio: el
narrador entra en la iglesia de San Pedro (ambientación , costumbrista), donde
encuentra al licenciado Calabrés haciendo un exorcismo sobre un alguacil
endemoniado. Conjurado el demonio se establece un diálogo entre el locutor y el
diablo en el que éste comenta la organización del infierno, los tipos de condenados
y vicios: en realidad la intervención del demonio expresa un punto de vista que
va de lo burlesco a lo moralizador en su revisión de poetas, enamorados,
cornudos, sastres, reyes, mercaderes, jueces y otros ya conocidos en el Juicio.
En el aspecto estilístico destacan algunos pasajes como el retrato del
licenciado Calabrés que inaugura una serie de caricaturas culminantes en las de
la dueña Quintañona, don Diego de Noche o Diego Moreno, del Sueño de la
Muerte.
La
carta nuncupatoria del Sueño del infierno se fecha en 3 de mayo de 1608,
y la terminación en el postrero de abril del mismo año. El narrador, según
dice, por especial providencia de Dios y guiado por su ángel custodio (que ya
no volverá a aparecer), ve dos sendas que nacen de un mismo lugar, pero que
conducen a dos lugares opuestos: la salvación o el infierno. Con el arranque de
este motivo del bivium se inicia la
descripción del camino de la izquierda, de sus transeúntes y de su destino
final: el infierno.
Del
catálogo satirizado forman parte de nuevo los servidores de la vanidad, de la
locura y la hipocresía, observables desde la perspectiva satírica de las figuras.
Un esbozo de agrupación no acaba de sugerir de manera especial ningún tipo de
orden estructurante, aunque hay secciones en las que los condenados siguen
ciertos criterios de comunidad: en unas pertenecen a los oficios; otras
engloban a los que denomina Nolting-Hauff, como los muertos de repente, los
despreocupados de y o el atormentado por su propia conciencia; otras listas de
cierta extensión son las formadas por los herejes (sacadas de Filastrio) y
culminadas por las caricaturas satíricas, diálogos o alegatos mantenidos en
torno a Mahoma y Lutero.
Nuevo
discurso es El Mundo por de dentro, de 1612 probablemente, fecha de la
dedicatoria al duque de Osuna. La apertura es una declaración de escepticismo
que glosa la idea del nihil scitur,
no se sabe nada, con nuevo despliegue de erudición, que va de Metrodoro Chío a
Francisco Sanches, para plantear luego la revelación de la verdad oculta tras
las apariencias engañosas. El esquema es ahora una alegoría en la que el
narrador, orientado por el Desengaño, que se le presenta en la figura de un
viejo (construido también sobre modelos grotescos), observa el desfile de los
paseantes en la calle de la Hipocresía, que es la calle mayor del mundo.
El
contraste entre el narrador, joven inicialmente desviado hacia los vicios y
desórdenes de la vanidad, la ira, la lujuria y la gula (dominado, en suma, por
los pecados capitales), y el viejo Desengaño, articula la estructura del relato
que se centra en cinco episodios nucleares: sucesivamente se ejerce este
contraste de visión sobre un entierro, una viuda, un alguacil que persigue a un
delincuente, un hombre rico que pasea su aparente opulencia, una mujer hermosa.
En este mundo de hipocresías solo el desengaño y la orientación hacia las
verdades fundamentales de la muerte y la brevedad de la vida permiten enfocar
de manera correcta la conducta: como advierte el viejo al imprudente narrador:
¿Tú
por ventura sabes lo que vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es una hora?
¿Has examinado el valor del tiempo? [...] Dime ¿has visto algunas pisadas de
los días? No por cierto, que ellos solo vuelven la cabeza a reírse y burlarse
de los que así los dejaron pasar. Sábete que la muerte y ellos están
eslabonados y en una cadena, y que cuando más caminan los días que van delante
de ti, tiran hacia ti y te acercan a la muerte, que quizá la aguardas y es ya
llegada, y según vives, antes será pasada que creída [...] Cuerdo es solo el
que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir.
La
serie termina con el Sueño de la Muerte, que lleva fechada su
dedicatoria en el 6 de abril de 1622. El tono desengañado y melancólico aumenta
en el tramo inicial, elaborado con citas y glosas de pasajes de Lucrecio y
sobre todo Job, que da paso a un nuevo sueño: fatigado el narrador por sus
desengañadas melancolías, se queda dormido y sueña una: los personajes de esta
comedia son conocidos en su mayoría de las piezas precedentes, y se les añaden
personificaciones folklóricas procedentes del refranero o de muletillas
lingüísticas: Juan de la Encina, el Rey que rabió, el Rey Perico, Mateo Pico, y
luego Chisgaravís o Pero Grullo.
Se
ha debatido la mayor o menor unidad de los Sueños como conjunto
orgánico. Probablemente la idea de un ciclo es posterior a la redacción del
primero, pero está ya perfilada en el tercero. Forman, pues una unidad
subrayada por los prólogos y dedicatorias y por la misma ambientación satírica
y de fantasía moral y burlesca ultraterrena.
La
intención crítica regeneracionista y moralizante ha sido disminuida por algunos
estudiosos y puesta de relieve por otros. Creo que en este punto, como en otras
muchas ocasiones, una actitud ecléctica está más cerca de la verdad. Es obvio
que buena parte de los temas tratados en los Sueños inciden en áreas
sumamente serias de intención moralizante; es obvio también que la brillantez
estética de su expresividad verbal pone a menudo en un primer plano la
dimensión puramente literaria y que para muchos lectores ahí radicará lo más
apreciable de su lectura. Pero no creo discutible la percepción de un grupo de
temas eminentemente morales, con muy acusados ribetes en algún caso de lo que
podríamos calificar de crítica social y política. Así encontramos el ataque
directo a la hipocresía sobre todo en el alegato del Desengaño de Mundo;
la denuncia de prácticas religiosas rechazables (fastuosidad y apariencia de
los funerales, tema este de raigambre erasmista; las plegarias ilícitas,
inspirado en Persio y Luciano, pero muy interiorizado por Quevedo; la burla de
la honra mundana y vanidades que ignoran la brevedad de la vida y el valor del
tiempo; la queja por la falta de justicia, bien manifiesta en la historia de la
huida de Astrea (Alguacil), etc. La dimensión política concreta de
algunas de estas críticas, perfectamente aplicables a la situación española
coetánea, alcanza más precisos límites en la sátira contra validos y poderosos,
en los comentarios de política internacional (Génova, Venecia) del episodio de
Villena en Muerte, donde también hay muy precisas referencias a la caída
de validos corrompidos, como don Rodrigo Calderón, marqués de Siete Iglesias, y
una explícita esperanza de regeneración de la vida nacional en la subida de
Felipe IV al trono, y de Olivares al valimiento.
En
los Sueños confluyen una compleja serie de especies satíricas y modelos
que aportan diversas convenciones y estructuras. Nolting-Hauff ha glosado con
sindéresis los principales de estos modelos:
En
los Sueños han entrado elementos del diálogo de muertos, del colloquium
humanista, de la comedia (del entremés, pero sobre todo del auto sacramental) y
no en último extremo, del sermón y del tratado ascético. Pero el armazón
fundamental lo sigue constituyendo la narración de visiones de la tardía Edad
Media, con su construcción alineante, a la que el elemento del diálogo le es
tan poco extraño como el escénico.
Si
para la organización macrotextual Quevedo ha utilizado estos y otros modelos
tomados de distintas tradiciones, en el plano de la expresión lingüística, los Sueños
responden a la estética de la agudeza, de cuyos recursos ofrecen el repertorio
más amplio, complejo y rico que pueda hallarse en toda la literatura áurea:
dilogías, antanaclasis, y calambures, como el muy elaborado chiste de los
sisones, repetido en Juicio, Infierno, y en el entremés de La
venta; hay también retruécanos complicados con polípotes y figuras
etimológicas casi hasta el trabalenguas: véase este ejemplo del Mundo por de
dentro:
Otros hay que no saben nada y dicen que no saben
nada porque piensan que saben algo de verdad, pues lo es que no saben nada, y a
estos se les había de castigar la hipocresía con creerles la confesión. Otros
hay, y en estos, que son los peores, entro yo, que no saben nada, ni quieren
saber nada, ni creen que se sepa nada y dicen de todos que no saben nada y
todos dicen dellos lo mismo y nadie miente
Respecto
a la metáfora, las más características son las degradatorias, que responden al
logro de un efecto ambiguo típicamente grotesco, entre la risa y la repulsión,
muchas de ellas animalizadoras, otras cosificadoras, pertenecientes a diversos
reinos de la naturaleza, hipérbolicas y sorprendentes. Los ejemplos más
significativos se pueden examinar en los retratos caricaturescos de Calabrés,
Quintañona, Diego de Noche y otros. Baste tomar como ilustración, otra somera
cala en el retrato de una vieja: la dueña Quintañona se nos aparece como un
espantajo con una cara hecha de un orejón; los ojos en dos cuévanos de vendimiar;
la frente con tantas rayas y de tal color y hechura, que parecía planta de pie;
la nariz en conversación con la barbilla, que casi juntándose hacían garra, y
una cara de la impresión del grifo; la boca a la sombra de la nariz, de hechura
de lamprea, sin diente ni muela, con sus pliegues de bolsa a lo jimio, y
apuntándole ya el bozo de las calaveras en un mostacho erizado; la cabeza con
temblor de sonajas y la habla danzante.
Eslany Indriago, Milimar Lopez y Sergio Pineda